Era la noche en la que el grupo de rock gótico "The Mission" tocaba en el Heineken Greenspace de Valencia, antigua fábrica de ladrillo color marrón reformada y habilitada exclusivamente para este tipo de eventos.
Portones enormes de metal gobernaban la anticuada fachada de la fábrica, a sus píes, el escaso número de personas dibujaba un paisaje casi desolador, siendo así la poca multitud, que ni tan siquiera llegaba a contarla con los cinco dedos de una mano.
Finalmente, tras una indecisa semana, decido comprar la entrada la misma noche y en el propio local. Mi decisión tomada apenas una hora antes, me lleva hasta las mismas puertas de aquel lugar. Apenas conozco al grupo que va a tocar, pero me apunto al concierto como el que no tiene nada que hacer y se suele apuntar a los bombardeos.
Llegado el momento, el greenspace se convirtió en el punto de encuentro de aquella noche para los tres amigos que íbamos a ir.
Mi anécdota no va más allá de la primera media hora, cuando momentos antes de entrar al recinto donde se daba lugar el concierto ,y después de ver a algunos fans con la cena envuelta en papel de plata bajo el brazo, pensamos que sería buena idea cenar antes de que comenzasen a sonar las guitarras, y así, no perdernos nada del espectáculo.
Como por arte de magia, la atmósfera se inundó de un olor a cebolla casi palpable, por momentos, deseamos que ese olor se dejara ver para poder seguirle el rastro, pero como si de los mejores perros de caza se tratase, apenas sin llegar a pensarlo, a ese olor de cebolla ya le habíamos seguido el rastro, de tal manera, que nos vimos frente a la cortina de humo que desprendía la plancha, y en ella, las más deliciosas hamburguesas que haya podido ver el ojo humano y el olor de unas cebollas talladas a la perfección que humeaban atrayendo a gentes de cualquier planeta o continente.
Hamburguesa en mano nuestro deseo ya podía haberse dado por cumplido, ese puesto donde cocinan hamburguesas era para muchos un oasis con palmeras, aunque este, simplemente, tenía la forma de una lata de Heineken tumbada.
Sin haber dado el pistoletazo de salida, entre enormes bocados la hamburguesa se desvanecía como un hilo de pólvora consumido por el fuego. Sólo faltaban unos minutos para poder ver las siluetas con sus guitarras encima del escenario. Mientras tanto, el delicioso sabor propio de la hamburguesa casera activaban cada una de mis papilas gustativas, hasta tal punto que con media hamburguesa en la mano ya comenzaba a preguntarme por qué lado de la servilleta se me había escapado la carne.
Entonces, fue cuando llegado este momento pude darme cuenta de que me había comido media hamburguesa, y que a ésta, por alguna razón que desconozco, olvidaron ponerle la carne.
Nota del autor: He finalizado de esta manera, es decir, no hay carne y punto para que cada uno piense lo que haría y tenga su propio final. Lo que yo hice fue reclamarla sin importarme que se pensase que ya me lo había comido. Aunque creo que es lo que haría todo el mundo, aún quedaba un trozo de pan para acompañar al personaje carnoso
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