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- Este debate tiene 1 respuesta, 2 mensajes y ha sido actualizado por última vez el hace 14 años, 6 meses por Blnik.
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InXsParticipante
Varios veranos atrás, en una escapada a un precioso país de Centroamérica con mi polola de esa época, tuve el siguiente problema. Estábamos en la playa, muy acaramelados, conversando, cuando de pronto pasó por delante nuestro una morenaza, abundante en todo sentido, curvilínea, exótica y joven. Adivinen… la miré. En realidad, quedé descolocado frente a esa mujer tan atractiva. Creo que era la primera persona de sexo femenino y piel negra semidesnuda que veía en mi vida y, claro, me quedé en silencio, idiotizado, perdí el hilo del diálogo y recién, después de unos cinco segundos, volví a fijarme en mi novia.
Fue terrible. Me puso su peor cara de odio y, desde ese momento, me quitó el habla por varias horas. Yo no podía negar el hecho de que había observado con poca mesura a otra mujer ni que me había olvidado de mi pareja por una fracción de tiempo. Pero, a pesar de la culpa, intuía que lo que me había pasado era inevitable. Algo, juraba yo, que tenía que ocurrirle a todos los hombres. Pero me quedé con la duda. Hasta la semana pasada, cuando supe del libro “El cerebro masculino”, la investigación de una neurosiquiatra norteamericana que en ese texto -sagrado para mí desde ahora- habla sobre las diferencias entre las neuronas de ellas y las nuestras.
Dice Louann Brizendine, esta experta de la Universidad de California, que cuando un hombre mira el cuerpo de una mujer, esté interesado en ella o no, lo hace como una reacción natural, pues sus circuitos están siempre buscando una pareja fértil. Como lo hace de manera instintiva, agrega mi nueva gurú, no se percata de que eso podría molestar a su pareja. ¿Leyeron bien? No tenemos la culpa. Es un reflejo, un acto involuntario, una situación incontrolable. Señores, creo que es momento de gritar juntos ¡Eureka!.
Eso sí, seamos justos y no nos aprovechemos… tanto. Pues así como esta investigación rompe con el mito de que somos mirones por frescos y caradura, también es cierto que vivimos en un mundo gregario, social, donde estamos obligados a convivir con ciertas normas culturales. Por eso, aquí van dos propuestas acerca de cómo mirar mujeres en nuestra sociedad supuestamente civilizada.
Primero: tal como me aconsejó mi madre cuando era un adolescente tímido y ahogado por el deseo, si una mujer camina de frente a ti, primero mírala a los ojos. Sólo así tienes permiso para, después de que se crucen, darte vuelta y estudiar los detalles de su retaguardia. No se me olvidó nunca, especialmente porque esa sugerencia me la dio mi progenitora luego de haber visto como yo bajaba la mirada frente a una estupenda argentina, para sólo subirla una vez que ella me había dado la espalda.
Segundo: Si caminas acompañado por tu pareja, sólo tienes permiso para mirar de frente. Lo que dure la visión, pero ésta debe cortarse inmediatamente cuando cambia el campo visual. En otras palabras, no puedes darte vuelta. Eso es feo. Dan ganas, seguro, pero hay que contar hasta diez, apretarse las manos o respirar hondo (sin que se note). Si somos voyeristas con código de conducta, si miramos pero no olvidamos este pequeño manual, entonces estamos preparados para cualquier ataque. Pues si ella, nuestra mujer, se molesta simplemente porque no somos capaces de reprimir la mirada más básica y refleja, entonces la invitamos a releer a una mujer –detalle nada de menor- llamada Louann, la autora de ese libro que, por supuesto, le regalamos con anterioridad y nos aseguramos de que esté siempre visible y a la mano. Así de fácil. Gracias Mrs. Brizendine por favor concedido.
Fuente: Rodrigo Guendelman
BlnikParticipantela solucion es mas facil : si tu miras yo miro
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